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Arrecife en Islas San Blas

Hemos pasado unos días maravillosos navegando por las islas de San Blas con un grupo de Barcelona, y uno de ellos, Raimon Quintana, al acabar el charter, nos mandó una reflexión personal, que nos encantó y que compartimos ahora con vosotros. Esperamos la disfrutéis:

En la infancia, guardaba en un cofre palabras de mundos exóticos, robadas a Stevenson, Melville o Defoe. Palabras como ‘Caribe’, ‘Trópicos’, ‘bergantines’, ‘alisios’, ‘salvajes’, ‘atolón’ o ‘coral’, entre otras muchas.

Después, de adulto, las he ido sacando del cofre de la mano de los viajes. Cada vez que visito un lugar lejano, recupero alguna de estas palabras y, al verlas materializadas, se llenan de contenido, se hacen comprensibles, adquieren brillo y, en definitiva, me hacen revivir las emociones que de niño tuve con ellas, cuando poco sabía de su verdadero significado fuera del papel impreso, fuera de su halo de imaginación en los libros de aventuras.

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En las Islas San Blas, con el barco fondeado junto a las islotes crecidos sobre los esqueletos coralinos, saqué de mi cofre la palabra ‘arrecife’. Hacía mucho tiempo que estaba guardada y, al salir, inesperadamente empezó a iluminarse de colores.

La palabra se llenó de los matices del azul que toma el mar que lo cubre y lo delata, cuando adopta la figura de traidor, escondido bajo el mar, acechando al marinero poco atento. Mirando en otra dirección, la palabra se llenaba de blanca espuma que avisaba a los veleros del paso prohibido, cuando la figura que adoptaba era de fiel amigo.

Me eché al agua y el cristal de mi máscara se convirtió en un luminoso microscopio que descubría una explosión de la vida oculta a simple vista. La palabra se pobló de pececillos y corales. Sobre sus letras habían crecido multitud de anémonas que agitaban sus brazos al son de las olas, cual molinos o gigantes. Entre peces de múltiples colores, un pez trompeta buscaba silenciosamente alimento, mientras una langosta escondida movía lentamente sus antenas.

Los corales seguían construyendo su edificio, ajenos a las barreras e islas que les sobrevivían después de su muerte, ajenos a que en sus obras aniden palmeras o se cimenten cabañas.

Caminé hacia la playa. Imaginé la palabra ‘arrecife’ escrita en la arena mientras una ola la borraba… El coral producía su esqueleto calizo. Su muerte lo eternizaba como isla. El mar convertía este esqueleto en finos granos de blanca arena. Su destrucción lo eternizaba como playa.

Al fondo, el velero se mece. El arrecife sigue ahí, lleno de vida. Sólo para quien sepa verla.”

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